• Ingresa tu e-mail aquí

    Únete a otros 90 suscriptores
  • Dónde estudiar bibliotecología
  • Libérate lee
  • panoramas gratis
  • El 5º poder
  • Secciones

En el imperio del papel, los libros digitales buscan un espacio

MES DEL LIBRO

En el imperio del papel, los libros digitales buscan un espacio

No echaron abajo la industria editorial como alguna vez se temió, pero los e-books avanzan en presencia. Hoy representan alrededor del 10% del mercado del mundo del libro en Chile y la lectura digital es parte de los hábitos locales. Los préstamos de la Biblioteca Pública Digital tuvieron una enorme alza en pandemia, pero hoy han bajado hasta niveles anteriores al virus. En un mundo dominado por las pantallas, la resistencia del impreso es total: “El libro en papel es el amo y señor de la industria”, dice Sebastián Rodríguez-Peña, director de la sede local del grupo editorial Penguin.

Roberto Careaga C., Artes y Letras, El Mercurio, Domingo 7 de abril de 2024.

Iba a ser una revolución. El impulso definitivo para la democratización de la lectura y, a la vez, el sepulturero de la industria editorial: el libro electrónico. Había pasado en la música: el formato digital Mp3, sumado a los avances de internet, desató un tráfico gratuito de canciones y discos en la red que tuvo a los sellos discográficos pendiendo de un hilo a fines de los 90. La aparición del e-book a mediados de los 2000 prometía un futuro similar: ¿quién iba a volver a una librería a comprar esos viejos dispositivos de papel cuando los libros estarían gratis dando vueltas online?

Por esos días, Amazon lanzaba con éxito al mercado su lector digital Kindle, el iPad de Apple incluía una “biblioteca” donde guardar los e-books y los teléfonos móviles mejoraban aceleradamente. Y en 2010, más de 100 editoriales españolas dieron la partida a Libranda, una distribuidora de libros digitales para el mundo, lo que no todos vieron con buenos ojos: inicialmente, la agencia literaria de la poderosa Carmen Balcells no aceptó que los libros de sus representados (desde Isabel Allende a Gabriel García Márquez) estuvieran comercializados en la plataforma. El miedo era sencillo, se creía que si un libro entraba a los circuitos de internet, ya no había control: piratearlo sería inevitable.

Pero los hechos despejaron los temores. El avance de los e-books no fue precisamente desbocado, no puso en jaque la industria editorial y tampoco, como propuso en esa época la Unicef, la lectura digital en dispositivos tan comunes como teléfonos móviles democratizó radicalmente la lectura en zonas sin acceso a libros o bibliotecas. “Ya sabemos que no va a ser como la música”, dice Sebastián Rodríguez-Peña, director general de la sede local de Penguin y activo participante en el desarrollo digital editorial. “El libro en papel es el amo y señor de la industria. En todos los estudios la gente dice preferir leer en papel y el 90% del negocio pasa por el libro físico. Esa cifra es decidora. Pero el ámbito digital sigue creciendo, va paso a paso y no vamos a dejar de estar ahí. Todos los libros que publicamos se lanzan simultáneamente como e-book”, explica.

El papel como objetivo

Según Rodríguez-Peña hoy los e-books son parte del paisaje lector, y probablemente es natural dada la completa penetración de lo digital en la vida cotidiana. Después de varios años de inversión con poco retorno, hoy los libros digitales en el país ocuparían alrededor de un 10% del mercado para Penguin, asegura Rodríguez-Peña, que cree que ese dato se hacen extensivo a todas las ventas chilenas. Según el Informe Anual del Libro Digital 2023 que la semana pasada fue publicado por Libranda, en España los niveles son mucho más altos, expresados en su participación en el mercado: España es el mercado principal del libro digital en lengua española, con una cuota del 56% en valor en euros. El segundo territorio con mayor peso continúa siendo México, con una cuota del 20% en valor en euros; el tercer territorio con más cuota es EE.UU. (siempre en lengua española), que cuenta con un peso de un 10% en valor en euros.

Distribuidor de libros electrónicos para 610 editoriales en español, Libranda en su informe señala que el año 2010 se encargaron de mover entre librerías, bibliotecas y plataformas de préstamos 2 mil títulos de e-books, mientras que en 2023 fueron 128 mil. El ascenso ha sido sistemático, naturalmente más significativo en los primeros años. De hecho, el año pasado hubo un crecimiento mayor: si el 2022 la presencia del libro digital se elevó en el mundo en un 4%, en 2023 fue en un 12%.

Según Libranda, el año pasado en Latinoamérica el mercado del libro electrónico tuvo un peso de 27%, pero las distribuciones difieren mucho dependiendo de cada país: en México llega al 20,3%, mientras que en Perú es solo un 0,6% y en Argentina un 1,1%. En Chile la presencia de 2,3%. Es una cifra aún pequeña, pero se entiende a la luz de cómo las editoriales locales se enfrentan a la producción de libros. Como cuenta María Paz Morales, presidenta de la agrupación Editoriales de Chile, el libro digital aún está en una fase de “exploración” para sellos independientes y universitarios. “El año pasado, el 55% de los libros publicados en papel por nuestras editoriales asociadas, también fue digitalizado. Creemos que este crecimiento tiene relación con las nuevas alternativas y canales de distribución como, por ejemplo, la Biblioteca Pública Digital, y el incremento que tuvo todo lo relacionado con lo digital durante y luego de la pandemia”, sostiene.

Más allá de las circunstancias, en el corazón de los métodos de los sellos de Editoriales de Chile se refuerza la idea que plantea Rodríguez-Peña: el papel como el amo y señor. “El mayor formato de producción, distribución y ventas para nuestro sector es el libro en papel a través de instancias o canales presenciales como librerías o ferias. En una consulta interna que realizamos a nuestra asociación, aún es mayor —en promedio— la cantidad de libros publicados en formato físico”, dice Morales. “Los libros son pensados y creados para ser publicados en papel y distribuidos y vendidos en canales físicos, canales que, al día de hoy, continúan siendo la mayor fuente de ingresos para gran parte de las editoriales independientes y universitarias”, añade.

Barreras y aperturas

A mediados de 2011, para comprar e-books desde Chile aún era necesario hacerlo a través de sitios extranjeros como Amazon o la tienda de iTunes. Libranda mantenía un control férreo sobre su catálogo, pero se expandió a Latinoamérica y representantes de la distribuidora llegaron a nuestro país para establecer una relación con librerías como Antártica o Feria Chilena del Libro. El plan era que aquellas tiendas tuvieran en sus páginas web un punto de venta específico para libros digitales. Pero el acuerdo nunca prosperó, ya fuera por dificultades técnicas o presupuestarias. Aún hoy esas librerías no venden e-books. Cada cierto tiempo corre el rumor de que BuscaLibre —hoy uno de los mayores canales de ventas para las editoriales— se abrirá al negocio digital. Pero esta semana el sitio aseguró a “El Mercurio” que todavía no hay una fecha definida.

“Esa es una de las barreras de entrada al libro: que ninguna librería chilena se ha interesado por vender libros digitales”, dice Rodríguez-Peña. Otra barrera posible es el precio de los dispositivos de lectura: vía Amazon, y sin gasto de envíos, el Kindle más sencillo vale $113 mil, mientras que en tiendas locales como Mercado Libre el valor del dispositivo empieza en torno a los 190 mil. Otro lector, el Kobo, cuesta desde los $180 mil. De cualquier forma, en Chile el uso de esos e-readers no es una rareza: en marzo de 2022, Fundación La Fuente e Ipsos entregaron el estudio Leer en Chile y según este, un 18% por ciento de los consultados dijeron que poseía algún tipo de esos dispositivos lectores. En el grupo socioeconómico ABC1 hay un 36% que dice tener uno.

Consignando datos de compra y consumo de libros, el estudio Leer en Chile concluía ya en 2022 que “la cadena del libro ha desplazado parte de sus operaciones a internet, y sin duda resultan un negocio cada vez más relevante para editoriales y distribuidores de contenido digital”. Según el informe, en la última década y coincidiendo con la masificación de internet y la irrupción de los e-book, la lectura digital ha ido creciendo: mientras en 2011 un 52% de las personas declaraba que nunca había leído un libro digital, en 2022 solo un 20% aseguró que nunca o casi nunca ocupaba o leía en este formato. “La brecha en la frecuencia de lectura de libros impresos versus los digitales es bastante estrecha: un 55% declara leer libros impresos al menos una vez a la semana, mientras un 49% declara leer libros digitales con la misma frecuencia”, añade el informe.

Los avances digitales tuvieron un momento especial durante la pandemia, cuando por los confinamientos estuvieron cerradas librerías y bibliotecas. El efecto fue muy visible en el despegue de la Biblioteca Pública Digital (BPD), que en 2020 aumentó sus préstamos en 48%. Nunca antes, habían crecido tanto. Según el Informe de Gestión 2023 de Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, en los préstamos de e-books crecieron de 393 mil en 2019 a 573 mil en 2020. Luego bajaron: 461 mil en 2021; 415 mil en 2022, y 401 mil en 2023. Y aunque en el período también ha crecido la cantidad de títulos disponibles en la BPD (de 17.772 a 20 mil), los socios bajaron: en 2019 eran 79 mil, mientras que en 2023 fueron 66 mil.

Un nuevo paisaje

Pero más allá de la realidad de la BPD, hay quienes ven en el proceso un saldo positivo. “Creo que se ganaron lectores digitales. Tuvimos una expansión durante la pandemia, luego esos índices bajaron y no hemos vuelto a los niveles de lectura digital que teníamos en 2019, antes de la pandemia”, dice echando mano de su percepción Javier Sepúlveda, director de Ebooks Patagonia, editorial especializada en el área: le presta servicios digitales a más de 200 sellos, la mayoría chilenos. Es decir, convierte los libros en papel que publican en e-books y también los distribuye en plataformas de ventas y bibliotecas. Durante la pandemia, también tuvo un aumento explosivo de sus clientes: los servicios de diagramación digital crecieron en un 88% el año 2020. “Subió la lectura digital y la cantidad de libros vendidos”, dice Sepúlveda.

Para Sepúlveda, hay más información que muestra un cambio en el paradigma de los libros digitales. Su editorial también tiene una tienda de libros digitales, Libros Patagonia, la que desde marzo acaba de sumar el catálogo de editorial Planeta. “Años atrás, muchas editoriales no querían estar en todos lados, o solo en Amazon y Apple. O ponían restricciones a modelos de negocio. Pero está ocurriendo una liberación mental, de estas ataduras del siglo pasado que en vez de masificar la lectura ponían restricciones. Esa mentalidad está cambiando, hay una apertura. Se derribaron ciertos mitos y la lectura digital está ocupando un lugar en el fomento lector”, explica Sepúlveda.

Eso sí, aún la liberación tiene sus restricciones. El sitio Everand es una suerte de Netflix o Spotify de lecturas digitales. Por una suscripción mensual de $9.99 dólares, se puede acceder a e-books, revistas y diarios, como también escuchar pódcast y audiolibros. Actualmente tiene más de 2 millones de suscriptores, pero tiene ausencias: Penguin, uno de los más grandes grupos editoriales mundiales, no llegó acuerdo con el sitio y en Everand no está su catálogo. “Es un modelo de negocios distinto al que nosotros estamos trabajando”, explica Sebastián Rodríguez-Peña. “En todo caso, es súper estratégico el ámbito de los libros digitales. El 10% que representan en las ventas del mercado chileno no es poco, pero llevamos más de 10 años trabajando en esto. Para nosotros, los libros digitales son prioritarios porque ya son parte del paisaje general”, explica.

La visión es similar en el grupo Planeta, que tiene casi la totalidad de su catálogo de títulos físicos ya en formato e-book. “El sector digital se ha convertido en área muy relevante en el panorama editorial actual, manteniendo un crecimiento sostenido año tras año. Este crecimiento se refleja especialmente en el mercado de libros electrónicos, el cual está experimentando una consolidación cada vez mayor. Además, se está abriendo paso en el ámbito de los audiolibros, un segmento que está ganando una demanda significativa”, explica Macarena Parker, encargada del área digital de Planeta.

Parker menciona los audiolibros como un nuevo ámbito. No es un formato nuevo, sino que viene de las era de los casetes. Y aunque avanza a cuentagotas, se mueve: los primeros cuatro títulos más prestados por la Biblioteca Digital en 2023 no fueron en formato e-book, sino precisamente en audiolibros: “Harry Potter y la piedra filosofal”, de J. K. Rowling; “Un cuento perfecto”, de Elizabeth Benavent; “Kim Ji-young, nacida en 1982”, de Cho Nam-joo, y “Sapiens. De animales a dioses”, de Yuval Noah Harari. No se trata de una muestra que represente los hábitos de todos los chilenos, pero ahí están los audiolibros, buscando un espacio entre los libros digitales. Quizás tratando de encontrar un lugar en el reino del papel.

El espacio ubicado en el aeropuerto de la Biblioteca Pública Digital, que después del éxito de préstamos que tuvo en la pandemia volvió a las cifras usuales. SNP

Creo que se ganaron lectores digitales. Tuvimos una expansión durante la pandemia, luego esos índices bajaron y no hemos vuelto a los niveles de lectura digital que teníamos en 2019, antes de la pandemia”.
Javier Sepúlveda, DIRECTOR EBOOKS PATAGONIA

El libro en papel es el amo y señor de la industria. En todos los estudios la gente dice preferir leer en papel y el 90% del negocio pasa por el libro físico”.
Sebastián Rodríguez-Peña, DIRECTOR DE PENGUIN

Opinión: «El arte de leer»

«El arte de leer»

La columna de Gonzalo Contreras, Artes y Letras, El Mercurio, Domingo 17 de marzo de 2024.

A diferencia de la obra de arte material, pintura o escultura, la más inmaterial de las artes, la literatura, requiere de un otro indispensable, un otro sin el cual no se completa el destino de la obra.

Contra lo que se suele pensar, no leemos solo con nuestro intelecto, sino con todo nuestro sistema nervioso, según esa experiencia de la lectura que describe Nabokov, en que la mayor expresión de goce es el frisson, el estremecimiento, el temblor en la espina dorsal, ante un hallazgo de nuestros sentidos en la línea de palabras que componen una imagen que clama por ser descifrada. Ese “arte combinatorio”, del que hablaba el mismo Nabokov, como la magia según la cual un conjunto de signos abstractos compone de pronto una imagen visual en nuestro consciente, es la pequeña tarea que le compete al lector concluir como participante activo de la tarea de la lectura. La experiencia que describe Nabokov podría ser equivalente al síndrome de Stendhal, el pasmo, o el espasmo, ante la contemplación de la belleza de la obra de arte de un observador pasivo, pero en nuestro caso es diferente, la obra literaria requiere de una participación muy activa de aquel que se aboca al goce de descifrar signos en una obra poética o narrativa. A diferencia de la obra de arte material, pintura o escultura, la más inmaterial de las artes, la literatura, requiere de un otro indispensable, un otro sin el cual no se completa el destino de la obra. Dicho de otro modo, la pintura o escultura no contemplada, solitaria en el museo o en la plaza o la avenida, es más sí misma, que un libro cerrado. El libro no toma conciencia de sí sino hasta que sus líneas son recorridas por los ojos ávidos del lector.

Marcel Proust ahonda más en la profunda cuestión de la lectura, en cuánto y cómo nos involucramos como lectores con la obra, cómo nos vemos implicados en una historia ajena, como es la alteridad de la obra literaria. Porque, dice Proust, cuando leemos, nos leemos, a nosotros mismos, aquella hilera de árboles, aquel camino sinuoso, descrito por el autor en aquella página, es nuestra hilera de árboles, nuestro camino sinuoso, aquel que está en nuestro inconsciente, y luego aflora a nuestra memoria, y nos reconocemos en aquella imagen nuestra, guardada en el inconsciente como idea platónica de hilera de árboles y camino, y volvemos a quién éramos en ese entonces, cuando caminamos junto a esos árboles que han vuelto a nuestra memoria; como dice Proust, “cuál era mi yo en ese entonces”, el que percibió las cosas de esa manera, lo mismo que la degustación de la famosa Magdalena, desata un mundo de recuerdos y evocaciones y relaciones de cosas, que permanecían ocultas en algún lugar recóndito de nuestra memoria.

En los artículos publicados por Virginia Woolf entre 1925 y 1932 en el Times Literary Supplement, reunidos en libro como El lector común, la autora de Orlando desarrolla el aspecto de lo indeterminado, lo que el lector debe aportar de sí para el ejercicio de la lectura y para la completitud de la obra. Para ello examina las novelas de Jane Austen, por quien sentía una admiración sin reservas: “Nos estimula para que aportemos lo que no está ahí. Lo que ella ofrece es, en apariencia, algo insignificante, pero está compuesto de algo que se expande en la mente del lector”. Con lo que debemos convenir que el autor no está en una torre de marfil e ignora o desdeña a su lector, como la tradición sugiere. El autor y su obra no pueden alejarse de su lector, ni deben pedirle a este, como lo hacía la escuela de Frankfurt, que desentrañe los reflejos en la narrativa de “las alienantes estructuras de producción capitalista”, o luego la French Theory, que pretendió a la obra literaria como una construcción lingüística autosuficiente, autónoma, un artefacto verbal, de la que podemos dar cuenta de su estructura y nada más. El lector sí quiere estar en la obra, participar de ella, insuflarle su propio espíritu. Woolf insistía que la lectura no era cosa de eruditos o pedantes intelectuales que teorizaban acerca de ella, como el crítico, o el académico, sino que era “el lector común” quien mejor encarnaba esta comunicación privada entre dos espíritus, “aquel que lee por placer, más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas”. Como decía Descartes: “La lectura de todos los buenos libros es como una conversación con la gente más honesta de los siglos pasados que fueron sus autores”. Porque si la lectura supone buena fe por parte del autor, debe reconocerle la misma al lector, ya que contra lo que dijo Roland Barthes en los 70, que el autor ha muerto, habría muerto también el lector, su cómplice. Finalmente, es entre ellos, entre autor y lector, en su secreta complicidad, como dice Marcel Proust, que se da ese “milagro fecundo de una comunicación dentro de la soledad”.

Es entre ellos, entre autor y lector, en su secreta complicidad, como dice Marcel Proust, que se da ese “milagro fecundo de una comunicación dentro de la soledad”.

Irene Vallejo: “Cuidamos a los libros para que los libros cuiden de nosotros”

Entrevista | Épica de la lectura

Irene Vallejo: “Cuidamos a los libros para que los libros cuiden de nosotros”

La autora del exitoso ensayo El infinito en un junco inauguró este viernes el Festival Puerto de Ideas de Valparaíso, donde hoy culmina su visita a Chile. Durante una semana, en la que también participó en el ciclo La ciudad y las palabras, la filóloga y escritora española se reunió con públicos diversos y firmó cientos de ejemplares de su libro más famoso, así como de sus novelas, recopilaciones de columnas y relatos para niños.

María Teresa Cárdenas Maturana, Artes y Letras El Mercurio, Domingo 12 de noviembre de 2023.

Más que para promover su libro, parece que Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) viaja por el mundo portando una buena noticia. El comentario le parece divertido, pero lo confirma con sus palabras. También con su amabilidad, inteligencia y empatía. A cuatro años de la publicación de El infinito en un junco (Siruela y DeBolsillo/Siruela), su ensayo sobre “la invención de los libros en el mundo antiguo” —como indica el subtítulo, pero es mucho más que eso—, la filóloga y escritora española se encuentra por primera vez en Chile. La acompaña el productor cinematográfico Enrique Mora, su marido, pieza clave en sus desplazamientos geográficos y también en el viaje intelectual que emprendió para escribir su exitoso ensayo. Es él quien cuenta que en Ciudad de México autografió libros durante seis horas, y cuatro en Montevideo, mientras observa la enorme fila que se ha formado al caer la noche del martes, después de su charla en el campus Lo Contador de la UC.

“Es una mezcla de emociones. La sorpresa aún no se me ha curado”, reconoce Irene Vallejo sobre el inusitado respaldo de los lectores, lo que también se refleja en la traducción de El infinito en un junco a casi cuarenta idiomas y en más de un millón de ejemplares vendidos. “Sigo perpleja y un poco incrédula de que un ensayo sobre humanidades, sobre clásicos y sobre historia haya podido tener este recibimiento”, confiesa.

Luchas y conquistas

Difícil determinar la clave del éxito, pero en su ensayo se proponía, precisamente, mostrar cómo a través de la historia la lectura ha ido expandiendo su alcance. “Lo que yo he contado es cómo al comienzo los libros eran el patrimonio de los aristócratas, de los reyes, de los faraones, de los emperadores y de los colegios sacerdotales, y cómo hemos conseguido, trabajosamente, a lo largo de los siglos, con mucho tiempo y a costa de muchas pequeñas conquistas, ponerlos al alcance de la mayoría. La misión no está terminada, porque aún hay territorios, barrios y sectores sociales a los que no llegan, pero evidentemente se ha avanzado muchísimo”, declara.

Y recuerda con precisión el momento en el que nació la idea de El infinito… “Cuando voy, gracias a una beca pública, a estudiar a Florencia, me dan acceso a la biblioteca de los Médici, que para mí representa todo el privilegio, todo el lujo, todo el exclusivismo, y entonces me ponen en las manos un libro nacido para esa familia. En ese momento ya no es solo el placer de acariciar un manuscrito auténtico, sino darme cuenta de todo el trayecto histórico desde que la familia Médici encarga ese manuscrito de Petrarca, hasta que llega a mis manos”.

La historia se cruza entonces con su propia biografía. “Todas esas luchas, todos esos logros, para que ese libro, que había nacido para un nicho de privilegio, esté en manos de una joven estudiante, becada, de Zaragoza, cuyas abuelas no pudieron acceder a la universidad por ser mujeres y por la guerra civil. Esa fue para mí una revelación de que la historia de ese libro, que es la historia codicológica, arqueológica, cultural, también es una historia personal. No estamos hablando solo de paleografía, de tipos de letras, de materiales, sino también de lo que los libros han significado en las vidas de las personas”.

—Quizás ahí está el secreto de su éxito, porque cada lector tiene su propia historia.

—Exactamente. No solo su historia de encuentro con la lectura, sino también la historia familiar. Cuántos de nosotros estamos a una, dos o tres generaciones del analfabetismo y de personas que no pudieron estudiar. Para mí esa es la clave: que nadie quede excluido de la lectura y del acceso a los libros teniendo la inquietud del conocimiento. En lo que tenemos que concentrarnos es en no perder a nadie por el camino. No pensar en los que tienen la oportunidad y no la utilizan, sino en los que no la tienen. Para mí es importante crear las oportunidades, no la imposición.

—Usted habla de la lectura como resistencia. ¿Al olvido, en primer lugar?

—En El infinito en un junco me interesaba toda la historia de los materiales que hemos utilizado para escribir, desde el barro en Mesopotamia hasta la luz en los libros electrónicos. Es interesante darse cuenta de esa necesidad que tenemos de materializar nuestras palabras. Y aunque el soporte se deteriora, se estropea, arde, se humedece, se lo comen los insectos o los hongos, las obras que llamamos clásicas, que son las que han conseguido sobrevivir, han ido saltando más allá de la destrucción de los materiales. Hay que pensar en el viaje que ha hecho la Odisea a través de los siglos, que nació en un mundo en el que ni siquiera existía la escritura, y cómo hemos conseguido proteger algo tan frágil como una historia.

Esa protección y cuidado también recorren su libro, porque —como ha contado— la escritura se entrelazó con la dura experiencia de tener internado en el hospital de Zaragoza a su hijo recién nacido. “Recibimos una atención sanitaria que no hubiéramos estado en condiciones de pagar jamás, porque fue un tratamiento difícil, complicado, con una larguísima estancia en la UCI neonatal, con cirugías, con biotecnología avanzada. ¿Cómo hubiera podido yo escribir un libro sin la sanidad pública de mi país, que decidió que no iba a dejar a nadie en la cuneta, al margen de los ingresos y de las posibilidades económicas?”, se pregunta. Y enfatiza que esto va más allá de una política de Estado. “Yo lo siento como una comunidad. Somos todos los que hemos decidido que a través de nuestros impuestos vamos a financiar un sistema en el que todos recibimos los mismos cuidados y la misma atención. En otro país, por ejemplo en Estados Unidos, donde hemos vivido, hubiéramos entrado en bancarrota posiblemente toda la familia”.

Fue entonces cuando la escritura “mutó, porque la vida entra en torrente en los libros y los cambia”, afirma. “Saber que mi hijo estaba siendo atendido con los mejores medios posibles, me daba la tranquilidad necesaria para poder trabajar en el libro. Empecé a preguntarme no tanto por los libros que han sobrevivido, sino por las personas que han luchado para que esa sobrevivencia sea posible, y para su expansión y democratización. Pasó a ser un libro sobre los cuidados; las personas cuidamos a los libros para que los libros cuiden de nosotros”.

—¿Siente la responsabilidad de retribuir lo que ha recibido?

—Sobre todo la responsabilidad que supone la confianza que mi tribu lectora ha colocado en mí. Cómo podemos contar nuestras historias e intentar que esas historias ayuden a otras personas y les hagan sentirse menos solas, menos raras, menos extravagantes. Qué mensaje de esperanza puedo enviar a esas personas que tienen esa creatividad, esa sensibilidad y tal vez se sienten un poco aisladas. Y sin ninguna intención de pontificar, creo que mi historia demuestra que nada de esto habría podido suceder si no hubiera tenido ese primer voto de confianza y esa primera asistencia colectiva que recibí a través de la enseñanza pública, a través de mi beca, a través de la sanidad. Si dejas a mucha gente afuera o en el camino, estás truncando también su potencial y es un potencial que luego puede aportar mucho a la sociedad.

—¿Cómo está viviendo esta etapa de éxito, con tantos viajes y compromisos?

—Yo lo vivo muy gozosamente, porque la situación más asfixiante y de más presión era la anterior, cuando estaba con mi hijo en el hospital o cuando, incluso antes de su nacimiento, era una escritora a la que no conocía nadie, que vivía la precariedad constante. En cambio ahora es una situación en la que yo puedo realizarme, puedo expresarme y tengo un abanico de oportunidades que no tenía antes. Yo lo vivo con mucha gratitud.

En su libro, Irene Vallejo destaca especialmente el papel de las mujeres. “Creo que una de mis aportaciones como investigadora en este ensayo es todo el recorrido por ese papel tantas veces silenciado u olvidado, y todos los estereotipos a los que se han enfrentado las mujeres intelectuales a lo largo de la historia. Es una reivindicación de las mujeres como portadoras de memoria, como educadoras. La herramienta de la palabra la transmiten las mujeres; por eso la llamamos lengua materna. Es un homenaje, además, concretado especialmente en mi madre y en mi profesora de griego, que han sido dos grandes referentes intelectuales para mí”.

—También rescata el aporte de las mujeres al lenguaje narrativo, que viene de su trabajo manual.

—Exacto. La relación etimológica entre textil y texto y todas las metáforas que sostienen el lenguaje tradicional con el que hemos hablado de la creación literaria, de la construcción narrativa. Como la labor de tejer, de bordar, del telar, ha sido tradicionalmente femenina, a mí me parece muy interesante la hipótesis de que esas mujeres que se reúnen para fabricar la ropa del clan o de la familia, pues al mismo tiempo estén contando historias. Entonces la metáfora nace muy naturalmente; el hilo del argumento, la trama, el desenlace, el nudo, estamos llenos de esas metáforas, incluso en X (ex Twitter) hablamos de hilos. Me pareció interesante rescatarlo, también como una manera de dignificar el trabajo de las mujeres y ver cómo efectivamente tejer y bordar han creado un imaginario.

—¿Cómo es que el lenguaje, que es más bien masculino, ha recogido estas metáforas?

—Las metáforas viajan de una manera muy libre una vez que se han construido. En la medida en que esa actividad narrativa probablemente se considerase algo menos importante que la política, que la guerra, que las actividades masculinas, podía permanecer en el ámbito femenino. Hay un momento en el que esas historias pasan a manos de los bardos y en toda la tradición de los aedos griegos solo se mencionan hombres, porque las mujeres no podían viajar solas, ir de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, de palacio en palacio, contando su repertorio de historias. El ámbito de las mujeres queda en la lírica, el canto con la lira. La historia va estableciendo, reconfigurando los espacios en los que cada uno encaja de acuerdo a las posibilidades y a las limitaciones de cada época.

Enheduanna antes que Homero

En su investigación, Irene Vallejo fue sorprendida precisamente por una mujer. “Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo”, escribe en El infinito… “Me pareció maravilloso descubrir que el primer texto firmado de la historia es obra de una mujer y que prácticamente nadie conocía esa información”, señala. Y se pregunta “cómo es posible que, teniendo un papel tan importante, de ser el comienzo del yo en la literatura, de la autoría consciente y reivindicada, no figure en nuestros libros de textos. Y en cambio figure Homero, que es un misterio, una sombra, ni siquiera sabemos si es una única persona, si existió, o si se llamaba así. Homero es un enigma, pero hemos preferido colocar el punto de partida en ese personaje del que no sabemos nada y ocultar y orillar a una mujer de la que tenemos información sobre su biografía”.

Autora de las novelas La luz sepultada y El silbido del arquero, así como de recopilaciones de sus columnas publicadas en El País y en El Heraldo de Aragón, entre otros libros, Irene Vallejo también escribió un Manifiesto por la lectura, breve pero estimulante y esperanzador. En parte de él dice que a los libros se llega como a una isla.

—Es una isla, pero también creo que la lectura es un acto profundamente colectivo —señala—, porque nos pone en contacto con otras realidades, con otras mentes, con otras inquietudes. No quiero decir que leer consiga estos resultados automáticamente, hay personas que leen y no por eso se vuelven más empáticas, pero tiene la potencialidad de sacarnos de estas burbujas en las que las redes sociales, los buscadores, internet tienden a envolvernos, esa burbuja que nos suministra todos los contenidos para que confirmen nuestras ideas. Al libro no le importa quiénes somos, no busca halagarnos; nos pone en contacto con aquello que es complejo y en ese sentido es un reto.

Para mí, la clave es que nadie quede excluido de la lectura y del acceso a los libros teniendo la inquietud del conocimiento”.

Ahora puedo realizarme, puedo expresarme y tengo un abanico de oportunidades que no tenía antes. Yo lo vivo con mucha gratitud”.

Las metáforas viajan de una manera muy libre una vez que se han construido”.

(Este libro) es una reivindicación de las mujeres como portadoras de memoria, como educadoras”.

Santiago se traslada a la fiesta del libro en Buenos Aires

Santiago se traslada a la fiesta del libro en Buenos Aires

Pese a la inflación que afecta a la República Argentina, el interés por el libro y la lectura parece estar asegurado. Después de las exitosas jornadas profesionales, un público entusiasta, diverso y multitudinario recorre desde el jueves los cuatro pabellones desplegados en el enorme recinto La Rural. Santiago, ciudad invitada de honor, ofrece un acogedor espacio en el pabellón amarillo, el mismo donde, a pocos metros, se ubica el stand de ProChile, con una muestra de editoriales independientes lideradas por mujeres.

María Teresa Cárdenas Maturana, Desde Buenos Aires, Artes y Letras, El Mercurio, Domingo 30 de abril de 2023.

El pabellón ocre es el primero si se ingresa por Plaza Italia, la entrada principal. En él se despliegan los stands de las 23 provincias de la República Argentina, resaltando elementos típicos de cada una. Como los diablos rojos que descansan en el de Jujuy, unos llamativos muñecos que aluden al carnaval de esa zona altiplánica. En el mismo pabellón se encuentran representadas la academias del país —de Ciencias, Bellas Artes, de la Lengua, Educación…— y otras entidades. Un enorme espacio que, sin embargo, no es el más grande de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Filba), que se inauguró este jueves, después de tres días de exitosas jornadas profesionales.

Es necesario recorrer un buen trecho por el recinto de La Rural para llegar a los pabellones verde, azul y amarillo. En el camino, un público multitudinario y entusiasta se detiene a mirar la exposición montada en un túnel: “40 años, 40 fotos. El alma expuesta de la democracia”, que recuerda la recuperación de la democracia argentina en 1983. También están repletos los puestos de café o de comida, mientras otras tantas personas circulan, se encuentran, se detienen, conversan. Buenos Aires vive —hasta el 15 de mayo— la 47ª versión de su fiesta literaria y editorial, organizada por la Fundación El Libro con apoyo del gobierno de la ciudad.

Una fiesta que desde su “transitoriedad”, como lo expresó en la inauguración el escritor argentino Martín Kohan, irradia su influencia. Y que este año tiene a Santiago de Chile como ciudad invitada de honor, con una delegación de 60 escritores y casi un centenar de actividades culturales y artísticas.

Pero la de Santiago es una representación que busca estrechar lazos más allá de la transitoriedad de la Filba, con actividades como el lanzamiento del concurso Buenos Aires en 100 palabras, que Fundación Plagio, liderada por Carmen García, en conjunto con la Subsecretaría de las Culturas de Chile, a cargo de Andrea Gutiérrez, y el gobernador de la Región Metropolitana, Claudio Orrego, presentaron como un regalo a la capital argentina en el stand de Chile, acompañados de la embajadora Bárbara Figueroa y otras autoridades.

Y ya en estos primeros días es posible apreciar cómo se han ido estrechando otros lazos. “Fue un orgullo haber participado como organizadores invitados de las Jornadas Universitarias, junto a destacados sellos argentinos que llevan años apoyando la profesionalización del sector”, señala, por ejemplo, Patricia Corona, editora general de Ediciones UC e integrante de la Reduch, red de editoriales universitarias chilenas, quien agrega que hubo “interesantes mesas, donde se abordaron desafíos comunes en temas contingentes, como la inteligencia artificial, las coediciones internacionales o las nuevas plataformas”.

Como presidenta de la Corporación del Libro y la Lectura, la directora de Ediciones UC, María Angélica Zegers, participó en la presentación “Oportunidades, desafíos y perspectivas de desarrollo del mercado editorial chileno”. Al respecto, señala: “Buenos Aires siempre plantea buenas oportunidades de negocio para los editores chilenos y es una excelente vitrina para la difusión de nuestros autores, sobre todo en esta edición en que Santiago es ciudad invitada, pero creo que el mayor atractivo de esta feria es experimentar la pasión de los argentinos por la lectura y los libros y tratar de emular las prácticas que han colaborado en esta realidad”. Y va más allá: “Debemos trabajar con mucha fuerza en el fomento lector en Chile y es un imperativo lograr que Santiago tenga una feria internacional del libro de primer nivel”.

Muy bien sabe de intercambio entre estos dos países hermanos el argentino Hernán Rosso, quien hace cuatro años creó Big Sur, después de haber sido gerente general de Penguin Random House en Chile y haber vivido siete años en nuestro país. “Desde que está Big Sur en Argentina llevamos vendidos miles y miles de libros chilenos —de una veintena de editoriales, como Alquimia, Banda Propia, La Pollera, Ediciones UDP—, cosa que nunca antes había pasado. Y es un honor —afirma—; yo estoy feliz, esto a nivel personal, en mi corazoncito, de haber traído tantos chilenos y que funcione”.

Pese a la inflación que afecta al país, Rosso se muestra optimista. “Por lo menos para nosotros y con algunos colegas con los que he hablado, la feria empezó muy, pero muy bien —afirma—. Con mejores números que el año pasado, en unidades, obviamente, porque con la inflación se empieza a desfigurar un poco el análisis. Vi mucho librero del interior, mucho librero, distribuidor y editor del extranjero. Y una delegación chilena enorme y con muchas ganas de trabajar”. Y también, dice, “vi nuevos tipos de clientes, como bookstuber e instagramer que están empezando a vender y que se meten en las jornadas profesionales”.

Por otra parte, Rosso explica que “el efecto inflacionario hace que los libreros adelanten compras, porque todo lo que compren hoy va a ser siempre más barato que mañana. Y para los libreros internacionales, ni hablar, porque el dólar oficial está baratísimo”. También apunta a que “hay un efecto acumulativo”, por la pandemia. En esta segunda feria en que está presente con Big Sur, “ya desde el primer día veías colas en los stands”. Qué va a pasar durante los próximos días, “todavía es una incógnita, pero lo que sí sabemos es que la Feria del Libro en Buenos Aires siempre se llena y siempre la gente compra. Es el momento, es una fiesta cultural y no dejo de estar esperanzado de que va a ser una buena feria”, afirma.

Hasta el momento, no hay razones para dudarlo.

“El efecto inflacionario hace que los libreros adelanten compras, porque todo lo que compren hoy va a ser siempre más barato que mañana”.

“Desde que está Big Sur en Argentina llevamos vendidos miles y miles de libros chilenos”.

El desembarco español

Roberto Careaga C.

Alguna vez fue un desfile de estrellas. En su larga historia, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires ha tenido invitados de la talla de Susan Sontag, Tom Wolfe, J. M. Coetzee, Ray Bradbury, Italo Calvino. La fiesta sigue por lo alto, pero este año el evento se ha concentrado en autores hispanoamericanos no tan inusuales en festivales y citas del continente: habrá un desembarco español en el que se incluyen Arturo Pérez-Reverte, Fernando Aramburu e Irene Vallejo, pero también llegará Hernán Díaz, el autor de origen argentino que se encumbra por el mundo; la poeta uruguaya ganadora del Premio Cervantes, Ida Vitale, y el siempre ruidoso Jaime Bayly, con una novela que promete develar los secretos del boom.

En medio de los debates por la inteligencia artificial, esta tarde en la feria, el filósofo francés Éric Sadin dictará una charla sobre el metaverso y el Chat GPT. Para hablar del presente argentino y quizás también del futuro, se lanzará el libro “Objetivo argentino”, con invitados como el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero y el político chileno Marco Enríquez-Ominami.

El sábado 6 de mayo tendrá un carácter especialmente español, pues dos de sus grandes autores actuales presentarán sus últimas novelas a las mismas 19 horas, aunque en espacios distintos: en la sala Victoria Ocampo, Aramburu lanzará “Hijos de la fábula”, una historia en que vuelve a explorar la historia de la ETA, aunque ya sin el dramatismo que lo hizo en “Patria”. En la sala José Hernández, en tanto, el superventas Pérez Reverte presentará “Revolución”, una historia sobre un minero español que se involucra en la revolución mexicana de principios del siglo XX.

El fin de semana siguiente, el sábado 12 de mayo, otra española, la ensayista e investigadora Irene Vallejo, lanzará una nueva edición de “El silbido del arquero”, una novela protagonizada por héroes de la Roma clásica que, al menos en las referencias, no está lejos de su gran éxito, “El infinito en un junco”. Paralelamente, la Filba recibirá a Jaime Bayly, que presentará “Los genios”, su muy publicitada novela en la que narra la larga amistad entre Gabriel García Márquez y Álvaro Vargas Llosa, como también la pelea que los distanció para siempre.

En la lista de los invitados destacados, la Filba valora a chilenos que van desde el poeta Raúl Zurita, hasta el arquitecto Alejandro Aravena. Pero también destacan en el programa la autora colombiana Margarita García Robayo, el bestseller mexicano Daniel Habif, la editora estadounidense Valerie Miles y el periodista español Juan Cruz. Y aunque para esta fecha las actividades de Hernán Díaz e Ida Vitale ya se habrán realizado, a los autores aún se les podrá ver en la feria. La ensayista feminista argentina Rita Segato también presentará un libro, “Un pensamiento incómodo”, mientras que la última ganadora del Premio Planeta, Luz Gabás, lanzará el libro “Lejos de Luisiana”. Y como la Filba es un evento en donde todo cabe y lo masivo es indispensable, están programadas actividades con el actor Benjamín Vicuña y el candidato a la presidencia de Argentina Javier Milei. La información completa está disponible en http://www.el-libro.org.ar.

Jaime de Aguirre: “Chile es un país de sospechas”

El ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile participó en la inauguración de la Filba y sostuvo reuniones en la capital argentina.

Solo un día estuvo en Buenos Aires el ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Jaime de Aguirre. Pero aprovechó intensamente la visita: a su discurso en la inauguración de la Feria Internacional del Libro, sumó el corte de cinta del stand de Santiago como ciudad invitada de honor, junto a autoridades chilenas y argentinas, y durante el día sostuvo diversas reuniones. Una de ellas, con el ministro de Cultura del país trasandino, Tristán Bauer, con el cual, dice, acordaron “avanzar en líneas de acción de trabajo para el futuro”.

En el hotel, y poco antes de volar de vuelta a Santiago, Jaime de Aguirre profundiza en este aspecto. “Creo que la relación de Chile con Argentina debe expresarse sobre todo en un ámbito cultural. Tenemos una conexión muy grande con este país y por lo tanto sale natural pensar cosas en conjunto, como tener una manera similar de enfrentar los mercados internacionales, pensar en toda la oferta que podemos tener ambos países, por ejemplo en el mundo audiovisual: locaciones, trabajar para producciones internacionales, en términos de las historias, de los libros. Somos culturas colindantes, heredamos muchas cosas en común. Por lo tanto hay muchos ámbitos en los cuales colaborar”.

—La Feria Internacional de Santiago, Filsa, está en crisis tal como la conocíamos. ¿Hay planes, por ejemplo, de incluirla en este circuito sudamericano, a continuación de las ferias del libro de Colombia y Buenos Aires?

“Está pasando por un momento de mucha dispersión, que no es malo, porque la Filsa tenía muestras particulares de las distintas maneras de relacionarse con el mundo del libro. Lo hemos hablado y por supuesto que es posible (incluir a Chile en este circuito). Requiere de mucha disposición de las editoriales, de los escritores, del Gobierno, de todo el ecosistema del libro, como se dice ahora, como para poder, de una manera poderosa, enfrentar en conjunto el desafío de tener una nueva gran feria en Santiago”.

—Hay entonces una idea…

“No, no es una idea. De eso estamos hablando”.

—¿Y participarían todas las entidades del libro?

“Ese es el ideal. Es un desafío. No son trabajos rápidos, no son de un día para otro”.

—La Feria de Buenos Aires la organiza una fundación. ¿Han pensado en algo así?

“Podría ser algo así; podría ser que desde el Gobierno la impulsemos. Hay muchas maneras; no quiero adelantar ninguna, porque parte del desafío que tenemos es el de convencer a todos de que unidos o de que en conjunto y siendo parte de un conjunto nos va a ir mejor. A los artistas, a los escritores, a las editoriales, al mundo que está alrededor del libro, en fin. Cuando se hace en conjunto y se tiene esa visión estratégica, obviamente se es más eficaz que si se hace con dispersión”.

—En su discurso, usted se refirió específicamente a la transparencia con que se hizo la selección de los nombres que representarían a Santiago en la Filba, lo que causó polémica antes de que asumiera.

“Así fue. De hecho, desde mi punto de vista, el tema está bastante superado. Porque, bueno, Chile es un país de sospechas; Chile siempre se ha caracterizado por ser un país en el que se presume culpabilidad, y es difícil el tema de la presunción de inocencia, en lo general. En lo particular, creo que fueron un poco apresuradas las reacciones de algunos sectores que encontraron dificultades con las convocatorias. Es cosa de mirar, de venir a ver quiénes están aquí, de venir a mirar el stand maravilloso que tiene Chile, de mirar las cosas con un sesgo más positivo”.

—También se criticó que uno de los ejes temáticos fuera el Santiago del estallido.

“Opinar acerca de esos contenidos me parece razonable. A mí me parece interesante, realista, provocador, una manera de hacerse cargo de lo que somos como ciudad, así que no tengo ningún problema con eso”.

—Más allá de los nombres, ¿qué destacaría de la presencia chilena?

“Yo destacaría, por ejemplo, la maravilla que hicieron los arquitectos (en el stand). En segundo lugar, que por supuesto está el mundo del libro, pero también se da la oportunidad de presentar otras facetas de lo que es la actividad cultural en Chile. Y, sobre todo, el reconocimiento que hay acá, que a veces no lo tenemos nosotros mismos, por la actividad cultural chilena. Acá sí se reconocen sin ambages los aportes de nuestros premios Nobel; sí se reconoce el aporte de los jóvenes escritores; es muy impactante la manera que tiene la gente de apreciar lo que tiene a la vista. Yo lo destacaría porque en Chile no estamos acostumbrados a eso, nuestra primera palabra siempre es ácida. Acá hemos tenido una recepción extraordinariamente cálida. El ministro de Cultura de la ciudad y el de la nación han sido extremadamente abiertos, generosos, compartiendo ideas. Yo creo que aquí hay mucho que aprender”.

—A propósito de reconocer los aportes de nuestros escritores, ¿tienen contemplado algún homenaje, alguna mención, a Jorge Edwards?

“Por supuesto. Desgraciadamente yo me tengo que volver porque tengo compromisos, pero sí va a haber conversatorios y varias cosas en las que Jorge Edwards tiene que estar presente. Te guste o no te guste como pensaba o lo que hacía, él es un aporte a la literatura y al mundo de la cultura. Fue diplomático, opinador, pensador. Es evidente que Jorge Edwards era un aporte no solo para el mundo cultural en Chile, sino también en Latinoamérica, en España, fue un premio Cervantes”.

A punto de partir al aeropuerto, Jaime de Aguirre se da unos minutos más para referirse a la carta que una treintena de personas firmó en este diario para pedir la aprobación de la ley del Patrimonio que se discute en el Congreso: “No voy a opinar sobre la carta, porque la gente tiene derecho a expresarse, pero me sorprendió mucho. No tenía noción de que el hecho de conversar con los senadores, con el exsubsecretario, de manera positiva y enfocándonos bastante armónicamente sobre lo que viene como ley de Patrimonio, tuviera como resultado una carta de reclamo por el diario. Yo no quiero entrar en una polémica, pero me sorprendió mucho esa carta, porque no corresponde a las conversaciones que hemos tenido…”, concluyó.

La ardua sobrevivencia del libro en pandemia

La ardua sobrevivencia del libro en pandemia

Aunque hay pocos datos oficiales, los que existen no son nada de malos y las opiniones son aun mejores: a un año del coronavirus, el libro se ha defendido e incluso se ha fortalecido. Oficialmente declarado como esencial, ha movilizado a la industria editorial a dar un inédito salto digital, se han publicado más títulos y han surgido nuevos lectores en diferentes formatos. Eso sí, aún hay una crisis en desarrollo. Editores, libreros y escritores le toman el pulso al incierto presente y apuestan por el futuro.

Roberto Careaga C., Artes y Letras El Mercurio, Domingo 25 de abril de 2021.

Las imágenes venían de todo el mundo: decenas de personas entraban a tiendas y supermercados y salían con enormes cantidades de papel higiénico. Sucedió el año pasado, cuando se decretaba la pandemia de covid y empezaban las cuarentenas. Luego, comprarían leche por montones, agua y productos básicos. Todas esas señales apocalípticas pasarían, pero ahora las recuerda el escritor Marco Antonio de la Parra solo para apuntar una cosa, otra necesidad: “Entonces vino, volvió, emergió con una vida nueva, el libro. De mano del delivery y el tiempo muerto, la imaginación regresó al papel. Más que los libros electrónicos, tuvo auge el papel fresco y el olor a tinta”, dice. Y agrega: “Y así hemos vuelto a leer”.

Narrador, dramaturgo e incansable promotor de libros, De la Parra quizás está exagerando. O quizás está haciendo una síntesis radical del impacto que ha tenido la pandemia en el libro y nuestros hábitos lectores. Como en todos los ámbitos, el coronavirus ha sometido a una experiencia durísima el mundo del libro y, sin embargo, pareciera que hasta ahora la ha soportado. Más aún: mientras hace un año las librerías del país, al igual que todo el comercio, cerraban la cortina para abrirle la puerta a una oscura zona de incertidumbre en toda la industria editorial, hoy el libro exhibe un medalla cargada de simbolismos: hace dos semanas el libro fue incluido en la lista de bienes esenciales por el Gobierno.

“El año pasado fue una especie de bofetada. No sabíamos qué iba a pasar. Pero que el libro haya estado en el ojo del huracán demostró que necesitábamos que fuera declarado como esencial y lo logramos. Fue una pelea larga”, dice Francisca Jiménez, presidenta de Editores de Chile, uno de los gremios editoriales locales. Desde otra de esas organizaciones, la Corporación del Libro y la Lectura, su presidente, Sebastián Rodríguez-Peña, también evalúa positivamente el rumbo de la crisis: “Desde agosto de 2020 hubo un crecimiento en la venta súper importante, respecto de lo mal que veníamos, y el mercado se empezó a recuperar. Las librerías abrieron y la gente empezó a comprar muchos más libros físicos de forma online. Y este primer trimestre la venta ha estado muy bien. Y en parte es porque el libro se ha vuelto un tema central en la discusión pública”.

Aunque no existen datos actualizados sobre la lectura en Chile, hay algunas cifras que iluminan el panorama durante el 2020: según el último Informe Estadístico de la Cámara Chilena del Libro, el año pasado se registró un aumento de un 16 % en la publicación de nuevos libros. Es decir, en pleno auge de la pandemia los editores locales siguieron adelante. Mientras tanto, los lectores encontraron nuevas formas de llegar a los libros: sin más publicidad que la de siempre, desde hace un año la Biblioteca Pública Digital ha prestado el doble de libros digitales que antes de la pandemia. “La pandemia con todas las dificultades que conlleva también ha sido una oportunidad para facilitar el acceso a la lectura y la información. Quedará instalada la posibilidad de acceder a contenidos por medio de esta plataforma”, dice la subsecretaria de Bibliotecas Públicas, Paula Larraín.

Quizás el lugar común esta vez tenga sentido: la crisis ha sido una oportunidad. Larraín, que antes presidía el Consejo del Libro, enumera la incesante actividad digital que se ha generado en torno al libro para hacer frente a las cuarentenas. “Sin duda se han modificado conductas en el mundo del libro y de la lectura, como el aumento de la lectura digital, la proliferación de otros formatos de lectura, como los audiolibros e incluso los podcasts, la realización de ferias del libro virtuales, los encuentros nacionales e internacionales a través de distintas plataformas que han eliminado las fronteras territoriales”, dice. Y agrega: “Estoy convencida de que las mismas quedarán instaladas en complemento con otras prácticas e instancias presenciales. Cuando pase el covid, toda esta experiencia habrá sido una oportunidad para expandir la mirada y el trabajo conjunto por la lectura, el libro y los lectores. Eso espero”.

Despacho a domicilio

Hasta el año pasado, Gerardo Jara, librero en la Catalonia del Drusgtore, dictaba dos talleres de lectura, uno junto a la escritora María José Navia y otro con el académico James Steig. Hace poco sumó un tercero (Club de Lectura Sentimental), que dicta solo y obviamente de forma remota. Abarcan diferentes áreas temáticas, pero en el último año los tres han confluido en un tema: “No están guiados por la contingencia, sino que seguimos leyendo poesía contemporánea o narrativa latinoamericana, entonces no tienen ninguna relación con la pandemia, pero nos ha pasado mucho que las sesiones terminan con las personas contando que les sirve estar hablando de otra cosa que no sea el covid o estar en un contexto lejano al encierro”, cuenta Jara.

Aunque hoy Catalonia está cerrada, como todas las librerías ubicadas en zonas en fase 1, cuando estuvo abierta, Jara se reencontró con muchos clientes ansiosos de hablar y algunos que compraban más de lo normal para abastecerse para las próximas cuarentenas. “He sentido que la gente ha tenido dos tipos de acercamiento al libro: de acompañamiento y distracción. Gente que lee para enfrentar este momento tan difícil, metiéndose en ensayos sobre política, coronavirus, salubridad en general, y otros se van al cuento, a la poesía, casi como quien ve una serie de televisión”, cuenta. Aunque en opinión de Marco Antonio de la Parra es mucho más que quedarse en Netflix: “El lento compás de la lectura, comparado con la velocidad de los atracones de series, ha lanzado nuevos nombres, autores, autoras y títulos, y ha abierto un territorio donde da gusto extraviarse”.

Pero la ruta ha estado llena de imprevistos y aún no termina. Hace unos días, Simón Ergas, editor de La Pollera y organizador de la Furia del Libro, contaba que el aprendizaje ha sido duro. “En este nuevo ciclo pandémico, en que las librerías han tenido que cerrar, las ferias no se pueden hacer, hemos tenido que aprender a vender, relacionarnos con los clientes, hacer despachos. Ha sido un costalazo que nos dimos el año pasado”, sostiene Ergas, mientras que Francisca Jiménez, editora en Mis Raíces, habla desde Editores de Chile: “Fue una instancia para actualizarnos. Muchas editoriales no teníamos nuestro catálogo en e-book y algunas ni siquiera usábamos redes sociales. Dentro de lo malo, tuvo hartas cosas buenas”, asegura. Y agrega: “Las cifras que nosotros hemos visto nos muestran que harta gente estuvo leyendo, que no disminuyó. Las cuarentenas han demostrado que a la gente sí le gusta leer. Está inquieta por saber cuáles son las novedades”.

“La gente quiere seguir leyendo. Eso es un hecho. El que diga que los libros no han sido importantes durante esta pandemia no quiere ver una realidad que es evidente”, aseguraba la semana pasada Fabio Costa, dueño de las librerías Bros y presidente de la Asociación de Librerías Independientes, creada el año pasado en los albores de la pandemia. Es una red de apoyo que necesitan. “Cada vez que se decreta cuarentena las ventas caen en un 70% y 80%. La gran mayoría de las librerías hemos visto muy mermados nuestros ingresos. Estamos en una situación de cuasi subsistencia. Obviamente, hay momentos y meses mejores que otros. La gente se ha traslado a lo digital, entendiéndolo, empezándolo a usar. No hay alternativas”, dice.

Según la información que manejan en la Corporación del Libro y la Lectura, en el año de pandemia las librerías y lectores integraron la idea de las ventas y compras digitales. “Todos pensábamos que el boom de las ventas online iba a pasar cuando abrieran las librerías físicas. Pero lo que pasó es que, cuando las librerías abrieron, sitios como BuscaLibre y otras librerías web mantuvieron sus ventas. No cayeron”, dice Sebastián Rodríguez-Peña, además de presidente de la corporación, director de Penguin Random House. “La pandemia está generando un cambio. Las librerías van a tener que hacer el esfuerzo para vender online además de en las tiendas. El delivery ya está acá y se nota: la gente está comprando libros físicos por internet, no se han frenado la publicaciones de novedades, porque la gente los busca y los compra”, agrega.

La esencia del libro

Pero pese a que Rodríguez-Peña valora el impacto que ha tenido el despacho a casa de libros, también vislumbra un ruido en el panorama: que las librerías cierren en fase 1 pese a que vendan productos esenciales. “El libro toma un nuevo valor simbólico al ser declarado esencial, pero no cambió nada en la práctica. Ahora tampoco pueden abrir las librerías y es ahí donde finalmente se encuentran los lectores con el libro”, dice. Y Fabio Costa agrega: “Sí, no cambió nada, lo que es frustrante, pero es una maravilla que un Estado que históricamente ha dejado a la cultura en la segunda o tercera línea haya decretado el libro como esencial”.

Aunque hoy es por decreto, probablemente el libro es esencial hace mucho tiempo. Muchísimo, según el escritor y dueño de la librería Lolita, Francisco Mouat. Hace unos días, cuenta, consiguió que varios escritores enviaran videos sobre el Día del Libro a los alumnos de su hija profesora en un colegio de San Bernardo. “Ahora estoy más seguro que nunca de que la pandemia no acabará ni con los libros ni con las librerías, ni menos con los escritores y los lectores, y que tal vez sea verdad que los libros se hagan más esenciales en nuestras vidas”, dice. Y agrega: “Las estrategias de márketing de los grandes consorcios editoriales siempre encontrarán nichos para sus negocios, pero hay algo que ocurre en paralelo a la industria y que nos salva: el acto insustituible de abrir un libro y quedarse allí con él cuanto queramos y podamos, eso no desaparece y forma parte de un pacto que, cuando se hace de sangre, es para toda la vida mientras nuestro cuerpo lo permite”.

  • Más que haber sido declarado esencial, editores conciden en lo importante del regreso del libro al debate público.
  • Las principales editoriales y librerías apuraron el proceso de digitalización y venta online como nunca antes.
  • En Latinoamérica, el libro digital creció en ventas y préstamos un 37% en 2020.

De mano del delivery y el tiempo muerto, la imaginación regresó al papel. Más que los libros electrónicos, tuvo auge el papel fresco y el olor a tinta”.
Marco Antonio de la Parra, ESCRITOR

La pandemia, con todas las dificultades que conlleva, también ha sido una oportunidad para facilitar el acceso a la lectura y la información”.
Paula Larraín, SUBDIRECTORA DE BIBLIOTECAS PÚBLICAS

La pandemia está generando un cambio. El delivery ya está acá: no se han frenado la publicaciones de novedades, porque la gente los busca y los compra”.
Sebastián Rodríguez-Peña, CORPORACIÓN DEL LIBRO Y LA LECTURA

La gente quiere seguir leyendo. El que diga que los libros no han sido importantes durante esta pandemia no quiere ver una realidad que es evidente”.
Fabio Costa, ASOCIACIÓN DE LIBRERÍAS INDEPENDIENTES

La explosión digital

Quizás el 2020 será recordado como el año en que, por fin, el libro digital dejó de ser una promesa de futuro para convertirse en el presente. Así lo indica el Informe Anual del Libro Digital 2020, que hace una semana entregó Libranda, la principal distribuidora de e-books en el mercado hispanoamericano. Ahí se informa que el año pasado el crecimiento del libro digital en español, ya sea a través de compras en plataformas o préstamos en bibliotecas online, creció en 43% en España y en un 37% en Latinoamérica y Estados Unidos. “Es un aumento extraordinario, el más importante de los últimos tiempos”, sostiene el informe.

Creada en 2010, Libranda actualmente distribuye e-books de 738 sellos editoriales y durante el año pasado completaron la cifra de 100 mil títulos puestos en plataformas, como Google Play o Apple Store, o en librerías digitales como Amazon o Buscalibre, entre muchas otras. El avance del año pasado es alto, pero no hay que perder de vista la perspectiva general: incluido el enorme aumento registrado, en 2020 en España las ventas de libros digitales en ese país constituyen un 7,3% de todo el mercado del libro. En Latinoamérica, precisa el informe, aún no hay cifras concluyentes sobre el tema.

En todo caso, en Chile hay varios indicadores auspiciosos. Mientras la pandemia empezaba a tomar forma, exactamente hace un año, la Biblioteca Publica Digital tuvo un explosivo aumento de usuarios y en 2020 llegaron a duplicarse los préstamos. Según informa la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, en total se registraron “500 mil descargas y préstamos de libros en formato virtual”. Por supuesto, mientras se pedían más y más e-books, las bibliotecas físicas estaban cerradas o con visitas restringidas.

Paralelamente, también creció significativamente la producción de libros digitales en Chile. A pocos días de decretadas las primeras cuarentenas el año pasado, que incluyeron el cierre de las librerías, la editorial Ebooks Patagonia recibió muchas solicitudes para desarrollar uno de sus principales servicios: la transformación de libros en el formato digital EPUB, el más utilizado. “En el 2020 la cantidad de libros digitales diagramados en Ebooks Patagonia creció en un 84%, llegando a 446 títulos”, dice su director, Javier Sepúlveda, que trabaja con la mayoría de las editoriales chilenas. Y agrega un dato más: las ventas de los títulos distribuidos digitalmente por ellos, de diferentes sellos, también explotaron: “Crecieron 152% con respecto del 2019”, dice.

Desde abril de 2020, la Biblioteca Pública Digital ha mantenido un alza en sus prestamos y visitas.