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Viviana Azócar, gerente de la Cámara del Libro: “Tenemos que actualizarnos, en Chile nadie vende online”

En vísperas del Día Internacional del Libro, que se celebra mañana, no hay ánimo de fiesta en el gremio. Con las librerías cerradas hace un mes producto de la pandemia, el sector enfrenta una severa crisis financiera. «No estábamos preparados para esta emergencia», dice la gerenta de la Cámara Chilena del Libro, actualmente en conversaciones con el Ministerio de las Culturas para ver formas de apoyo al sector.

Andrés Gómez, 22 de abril de 2020, La Tercera PM.

No hay ánimos de fiesta. En vísperas del Día Internacional del Libro, que se celebra mañana en todo el mundo, el gremio librero está preocupado por la crisis que afecta al sector producto de la pandemia del coronavirus. “Vamos a incentivar a leer, pero nuestras energías y nuestro tiempo están dedicados a buscar formas de apoyar a nuestros socios”, dice Viviana Azócar, gerenta de la Cámara Chilena del Libro.

Promovida por la Unesco, la fecha recuerda las muertes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare en 1616, y desde 1995 celebra la lectura y el derecho de autor. Debido a la emergencia sanitaria, este año el Día del Libro será sin librerías ni bibliotecas: no habrá feria ni actividades presenciales. Los encuentros y conversaciones con autores se trasladarán a las redes sociales, mientras las tiendas de libros cumplen un mes con sus puertas cerradas, prácticamente sin ventas y con la presión de las deudas en aumento.

“Esta es una de las crisis más graves que afectado al mundo del libro, somos uno de lo mercados más afectados por la pandemia”, dice Viviana Azócar. “Nuestra realidad se replica en Estados Unidos y Europa. En nuestro país, las librerías sufrieron con el estallido social de octubre y no estábamos preparados para esta emergencia. Nadie vende online y los libros digitales casi no se existen en nuestro mercado. Tenemos que sobrevivir a esta crisis y ocupar este espacio también para reformularnos, ver cómo integramos las plataformas de venta por Internet”, agrega.

Desde las crisis financieras a la baja de lectoría, las librerías han estado expuestas a emergencias sucesivas. Ahora afrontan una nueva batalla que adquiere carácter mundial. Así lo han constatado estos días en los foros asociados a la Feria del Libro de Bogotá, que se celebra de manera virtual.

En Estados Unidos, el escritor bestseller James Patterson lanzó una campaña en conjunto con el Club de Libros de Reese Witherspoon en apoyo a los libreros independientes. Patterson donó medio millón de dólares a la cruzada que tiene por título #SaveIndieBookstores. En Colombia, la Cámara del Libro lanzó la campaña #AdoptaunaLibrería, que invitó a los privados a apoyar al sector. En Chile, el gremio está en conversaciones con el Ministerio de Cultura para enfrentar la crisis.

En España algunas librerías ya han quebrado, ¿hay riesgo de que acá se pierdan puntos de venta?

El tema es complejísimo. Hay una enorme preocupación de poder ayudar a nuestros socios. Hemos tenido reuniones con el Ministerio de las Culturas y hay algunas ideas. Desde el gobierno no todo opera tan rápido, pero ya nos han hecho algunas propuestas. Aún todo está en desarrollo, cuesta analizar los resultados. No sabemos cuándo va a acabar esta situación. Si de aquí a un mes podemos retomar nuestra normalidad, a lo mejor podríamos sobrevivir. Pero si esto se extiende por varios meses va a haber microempresarios que no resistirán. Todo va a depender de cómo siga todo.

¿Cómo ha sido la receptividad del ministerio?

Hemos visto un ánimo muy colaborador. Ellos nos convocaron y están ávidos de que participen otras instituciones. Esto aún está en proceso, no hay nada oficial, estamos viendo las medidas que el ministerio puede tomar. Las librerías son un mercado muy específico, venden solo libros; esta es nuestra realidad y esta crisis es un desafío gigante.

¿Cuentan con una estimación de las pérdidas que han sufrido?

Hemos ido testeando un poco, pero es muy difícil hacer un balance en estos momentos. Todo está funcionando a pulso, los librerías no cuentan con las plataformas de venta online, tienen su material en bodega y no saben como venderlo.

¿Esta es la oportunidad para que las librerías se reinventen?

Esto es un aprendizaje, nadie sabe cómo va a continuar nuestra vida, si vamos a salir fortalecidos de esta crisis. Estamos consumidos por una forma de vivir, ahora la pandemia nos paralizó y nos hace replantear todo nuestro quehacer, nuestra vida familiar, el uso de la tecnología. Claramente tenemos que actualizarnos; hay una tarea muy grande, se necesita mucha profesionalización en nuestro medio, se requiere que el gobierno y ojalá los privados apoyen en esta tarea. Tenemos que aprender e imitar otras realidades.

¿El cambio debería dirigirse al mundo digital?

Hay que abrirse a eso. Yo soy una romántica y me encantan las librerías físicas. Las librerías son espacios culturales, son espacios valiosos y no podemos perder ese lugar de encuentro, el contacto con los libreros y sus recomendaciones. Creo que debemos ser capaces de buscar esa mixtura, entre lo digital y lo físico.

Opinión: «El desprecio justo»

Miércoles 30 de enero de 2019, Cecilia Bettoni, de Catálogo Libros, La Tercera PM

La Librería Popular de Recoleta quiere facilitar un acceso eficiente a la compra de libros, considerando legítimamente que poseer libros en casa es distinto a pedirlos prestados en una biblioteca pública. Sin embargo, al señalar que lo que se hace es vender libros a un “precio justo”, inmediatamente surge la pregunta por qué sería un precio injusto, y dónde trazamos la línea respecto de las utilidades justas e injustas.

La apertura de una Librería Popular en Recoleta ha reinstalado, en buena hora, el debate respecto del precio de los libros en Chile. La Librería ofrece, de manera permanente, descuentos que oscilan entre el 40% y el 70% en relación con los precios de librerías tradicionales. El mecanismo que permite esta diferencia es que Recoletras (así se llama la Librería Popular) compra directamente a las editoriales, sin intermediación de distribuidores, y que el costo de operación de la librería es solventado por el municipio. De este modo, el beneficio se traspasa directamente a los lectores, quienes pueden acceder a libros a menores precios.

La iniciativa es, a todas luces y especialmente en comunas donde no existen librerías, como es el caso de Recoleta, algo que debemos aplaudir. No así el mecanismo escogido que, en rigor, escamotea las condiciones de la edición, circulación y venta de libros en Chile. Para explicarlo, quisiera señalar cómo se desglosa el precio de un libro entre los distintos eslabones que componen la cadena editorial.

Supongamos que un libro tiene un precio de venta a público (PVP) de $ 11.900. Su valor neto, descontado el IVA, es $ 10.000. De esos $ 10.000, el 40% va al editor (porcentaje que también comprende el derecho de autor -10%-, cuyo pago es responsabilidad de la editorial), el 20% al distribuidor (porcentaje que puede variar, pero generalmente no de manera significativa) y el 40% a la librería. Ninguno de estos porcentajes es mera utilidad, pues en cada caso es necesario cubrir los costos fijos de operación. La editorial produce un libro (lo edita, lo diseña, lo diagrama, lo corrige, lo hace imprimir), tras lo cual determina un precio de venta sugerido y lo entrega al distribuidor. La labor del distribuidor consiste en posicionar los libros en distintas librerías, asegurar en la medida de lo posible su exhibición, facturar las ventas y recaudar lo vendido. La librería recibe el libro, idealmente respetando el precio sugerido por el editor, y obtiene por cada ejemplar vendido el porcentaje ya señalado. Así, se protege el ecosistema editorial: se minimizan las variaciones de precio –las alzas arbitrarias, pero también los descuentos excesivos–, de modo que un mismo libro puede adquirirse siempre al mismo valor.

El mecanismo de precio fijo (o precio de tapa) que existe en países como Argentina y España, es algo por lo que diversos actores de la sociedad civil han abogado, con el objetivo justamente de “garantizar un precio justo al consumidor y proteger a las pequeñas librerías” (Política Nacional del Libro y la Lectura, 2006). Sin embargo, la discusión no ha prosperado y lo que existe es un acuerdo de precio sugerido, que hasta ahora permite la coexistencia orgánica y colaborativa de editoriales, distribuidoras y librerías. Estas últimas, en lugar de preocuparse por tener libros más baratos que “la competencia”, buscan diferenciarse en función del público al que quieren llegar: lectores de novelas, ensayo, poesía, best-sellers, literatura infantil y juvenil, libros técnicos, de arte, de cocina.

La Librería Popular de Recoleta quiere facilitar un acceso eficiente a la compra de libros, considerando legítimamente que poseer libros en casa es distinto a pedirlos prestados en una biblioteca pública. Sin embargo, al señalar que lo que se hace es vender libros a un “precio justo”, inmediatamente surge la pregunta por qué sería un precio injusto, y dónde trazamos la línea respecto de las utilidades justas e injustas. ¿Son más justas las utilidades de una editorial que las de una librería o las de una distribuidora de libros? ¿No se está, como dije al principio, escamoteando las condiciones de edición y venta de libros en Chile, al emplear un mecanismo que sólo afecta a un eslabón de la cadena, pero que no problematiza realmente las condiciones de producción editorial? Evidentemente, no es tarea de Recoletras resolver esa cuestión. Pero el mecanismo para llegar a este “precio justo” sí contribuye a instalar cierta percepción respecto de por qué los libros cuestan lo que cuestan, enfocando la atención –y la responsabilidad– en la librería, que aparece como un negocio fundado en el sobreprecio. Lo que debemos aquilatar es hasta qué punto las estrategias para fomentar el acceso al libro (que no es lo mismo que fomentar la lectura), terminarán fracturando una cadena que ya es, y así lo demuestra Recoletras, tremendamente frágil.

Más allá de “Recoletras”: Sólo 27% de los capitalinos vive cerca del acceso a los libros

Eva Luna Chekh, Miércoles 30 de enero de 2019, La Tercera PM.

En tanto, la iniciativa de vender libros al costo lanzada por el alcalde Daniel Jadue tendría imitadores próximamente, al menos en Quilicura y Cerro Navia.

En medio de la discusión que generó el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, al lanzar su “biblioteca popular” o “Recoletras” en esa comuna, la autoridad municipal justificó la idea en un dato: que en ese populoso sector de Santiago prácticamente no hay librerías.

En ese marco, el área de Investigación Aplicada de la Fundación Vivienda analizó el acceso de las familias que viven en Santiago a los puntos de venta y préstamo de libros. El estudio consideró las bibliotecas públicas, las librerías, la red de Bibliometro. Incluso sumó a los supermercados que venden textos.

El estudio relacionó estos puntos con la cantidad de población que vive en las distintas comunas de la Región Metropolitana. A partir de eso, determinó qué porcentaje de la ciudadanía tiene acceso a fuentes de libros a menos de 15 minutos caminando. Ello equivale a unos 900 metros de distancia.

Así, el informe halló que solo 26,8% de los capitalinos vive a “distancia caminable” de una librería o biblioteca.

En esto, Santiago Centro y las comunas del sector oriente lideran en la tabla. En cambio, las del norte y el sur del casco urbano son las que menos acceso muestran.

Brecha notoria

El centro de investigación realizó un desglose según tipo de acceso. Al revisarlo constataron que “la brecha es aún más notoria” entre las comunas con mayor acceso frente a las menos favorecidas.

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EL MAPA DEL ACCESO A LOS LIBROS EN SANTIAGO.

Las comunas con mayor acceso a libros son Santiago (79,3%), Providencia (63,4%) y Vitacura (62,6%). Las siguen Las Condes (60,1%) y Lo Prado (52,7%).

Al mismo tiempo, las comunas con menor porcentaje de bibliotecas y librerías son San Bernardo (2,7%), Puente Alto (4,5%) y La Pintana (5,1%). Un poco más arriba figuran El Bosque (5,1%) Quilicura (6,1%), Macul (7,8%), Renca (7,8%) y Conchalí (8,4%).

“No existen librerías ni bibliotecas en los lugares más vulnerables de la ciudad”, advierten los autores. Añaden que precisamente en dichos puntos “se concentran las mayores tasas de población adulta que no terminó siquiera la enseñanza básica”.

Más sucursales de “Recoletras”

En tanto, el alcalde Jadue, quien enfrentó críticas desde el mundo editorial, afirma que su iniciativa ya encuentra respaldo. Así, otros municipios, tanto de Santiago como en regiones planearían sumarse.

Coincide Juan Carrasco, su colega de Quilicura, quien se mostró dispuesto a aplicar el mismo proyecto. “En general en las comunas populares no existe el acceso a la literatura”, reconoce. “Lo que queremos mover es el mercado de los libros. Hoy leer se ha convertido en un privilegio. Queremos convertirlo en un derecho. Eso requiere un esfuerzo municipal”.

Por su parte, el alcalde de Cerro Navia, Mauro Tamayo, dijo que en esa zona capitalina las librerías brillan por su ausencia. Por ello, apunta, buscan “democratizar el conocimiento”.

“La librería popular permitiría acercar la lectura a nuestros vecinos. Y a un precio justo. Estamos ya buscando los espacios para que en el primer semestre de este 2019 tengamos una librería popular en Cerro Navia”, asegura.

Ambos jefes comunales explicaron que realizarán un acuerdo con Recoleta para y les compartirán el proyecto, incluido los convenios comerciales para que lleven a cabo las sucursales de la misma manera.

La expansión de la iniciativa es aplaudida por expertos en educación. Loreto Jara, investigadora del equipo de Política Educativa de Educación 2020, considera “muy relevante que se generen estrategias de acercamiento a la lectura”.

Añade que que las políticas públicas que tienen sello local “pueden generar mayor adhesión de la ciudadanía y pertinencia con las actividades y contenidos que se propongan”.