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El acto poético de vender libros en medio del desierto

Por Yasna Mussa desde San Pedro de Atacama / 27 de julio de 2019, elDesconcierto.cl

Diego Álamos es el dueño y fundador de la única editorial y librería de San Pedro de Atacama. Un refugio cultural que acerca la lectura hasta el rincón más seco del mundo con historias inspiradas en la cultura local.

A unos 5 kilómetros del centro de San Pedro de Atacama, en el Ayllu de Solor, un letrero metálico gastado por el tiempo y la fuerte radiación norteña indica con una flecha la dirección que lleva hasta la Librería del Desierto. En el camino de tierra y polvo el paisaje se va mezclando con una vegetación que parece un milagro en un desierto famoso por ser el más seco del mundo.

Es la mañana de un domingo de otoño y en este oasis atacameño el sol brilla con fuerza y la temperatura llega a los 23 grados centígrados. En el frontis de una casa, se instala un quiosco de madera revestido en barro, un par de mesas, unas sillas repartidas y una tetera humea junto a tres tazas. Diego Álamos, dueño, escritor y editor, sirve el té mientras comenta que este espacio de 8 por 2 metros cuadrados fue pensando para mantener una estética coherente con el lugar que lo acoge.

“Antes, San Pedro de Atacama estaba muy aislado, por lo que la gente se guardaba todo, incluso los barriles de metal viejos. Nuestra estética se inspira en eso: hemos recuperado cerca de aquí y reciclamos objetos que ya no se utilizan. Definen la identidad de este espacio”, explica Diego Álamos, el librero. “Necesitamos mostrar, a través del paisaje, la historia de estos lugares”, añade antes de servir el té. Por eso, además de los libros, visitar la Librería del Desierto puede incluir un recorrido guiado para conocer la agricultura y costumbres de la región.

Álamos, de sonrisa tímida y hablar pausado, estudió Filosofía y luego se especializó en edición.  Por motivos familiares, hace 7 años llegó a San Pedro de Atacama desde Santiago, donde tenía la editorial Chancacazo, se había auto publicado y era el vicepresidente de los editores de Chile.

Dejó esa vida literaria para comenzar desde cero con Ediciones del Desierto, en un rincón del país donde no existía ninguna librería, pero que al mismo tiempo tiene una historia cargada de iniciativas culturales que lo convierten en un lugar tan aislado como peculiar: antes que un centro de salud o el correo postal, la primera institución de San Pedro de Atacama fue el museo Gustavo Le Paige.

Álamos cuenta que había visitado la zona en dos ocasiones, en viajes de juventud con mochila al hombro, pero no sintió mayor atracción por el lugar. “San Pedro tiene distintas lecturas”, dice. Y fue en esa última lectura donde pensó que instalar una librería, además de una editorial, sería también un acto poético.

En un país en que la mitad de las librerías están en la capital, acercar la oferta literaria a los lectores de regiones es toda una proeza, pues además del IVA que encarece su costo, los libreros no tienen acceso a la distribución gratuita de la que gozan sus pares en Santiago, sino que deben pagar por el envío, lo que encarece el precio final, transformándolo incluso en un producto prohibitivo.

Diego Álamos cree que el poco acceso a la lectura pasa por un tema de percepción. “Creo que más que atacar el IVA, porque es muy difícil, habría que atacar la percepción, porque está esta barrera de compra. Hay cosas que son súper caras pero la percepción no las cataloga como caras, como los celulares, por ejemplo, que son carísimos y la gente está dispuesta a pagar igual”, dice seguro.

Y en esa búsqueda por cambiar la percepción, el espacio que alberga un catálogo propio y de otras editoriales apunta a la identidad local, lejos de los best sellers, pues Álamos ha observado en su clientela un interés genuino por los mitos, leyendas, historia y cultura local que inunda al gran desierto y sus paisajes lunares. “Aquí la gente no anda buscando el último libro de Isabel Allende, sino que busca conectarse con el territorio. Al parecer, la gente aquí entra como en un campo magnético que se cierra y trata de descubrir este territorio”, asegura el editor.

Quizá por lo mismo, la historia de la Librería del Desierto se ha ido construyendo mirando hacia dentro, al entorno, a lo propio. Aunque su fundador admite que partieron un poco erráticos, en estos 5 años de existencia el proyecto ha apuntado a autores locales. La novela Las lunas de Atacama, de Andrea Amosson, ha sido un éxito y se llevó el International Latino Book Awards en Estados Unidos, un reconocimiento que han recibido autores como Isabel Allende o Mario Vargas Llosa. Pero más allá del premio, Las lunas de Atacama confirmó que la apuesta por autores e historias locales vale la pena. “Como la gente está de viaje también quiere llevarse un pedazo de San Pedro, genera mucho interés por el Valle de la Luna y el Desierto de Atacama, entonces se hace una mezcla, pues la gente queda conmocionada e interesada”, dice Álamos, con orgullo.

En ese camino identitario, esta temporada la librería estrena el libro infantil La llamita y el niño, de Colomba Elton; y Julián Colamar Recuerda. Un testimonio atacameño, de Pablo Miranda Bown. Un espacio que más allá del cliché se ha convertido en un oasis debido a la deuda que tienen las políticas de fomento a la lectura y que hasta antes de que Diego Álamos decidiera dar vida a su editorial, confirmaban el abandono de los lectores y escritores que habitan entre el suelo árido y las estrellas de Atacama.

Opinión: «Recoletras: Por qué no es una amenaza para el ecosistema del libro»

El libro está marcado por una discriminación de clase basada en lo económico: ese es el daño verdadero al ecosistema del libro. Además, ni las librerías Qué Leo y Ulises ni las cadenas Antártica y Feria Chilena del Libro verán mermadas sus ganancias, pues su negocio no está en Recoleta ni en La Pintana, ni en los otros territorios nombrados, se encuentra en las comunas donde el negocio funciona bajo este neoliberalismo desigual.

Sábado 16 de febrero de 2019, Eduardo Farías, El Desconcierto.

Recoletras sigue siendo objeto de debate y lo último que se ha escrito en contra del proyecto ha sido una columna de opinión de Andrés Fernández en El Mostrador. Lo menciono, pues este ingeniero industrial en su argumentación oculta u olvida mencionar mucha información importante para su caracterización del ecosistema del libro; así, mediante el uso de la desinformación, se alinea con la tesis de un sector del gremio librero: Recoletras atenta contra el desarrollo normal y sano del ecosistema del libro. Según este autor la librería popular de Recoleta lo daña, ya que las librerías independientes no tendrían cómo replicar la manera en que se organiza económicamente Recoletras. Lapidariamente Andrés dictamina que esta librería depreda las librerías independientes.

Cabe señalar que es muy temprano para afirmar si Recoletras depreda o no las librerías independientes, por lo que la acusación de Andrés Fernández es exageradamente falsa e ideológicamente tendenciosa, o, quizás, los cierres de Galería Plop!, Prosa y Política, y Librería Subsuelo sí se debieron a la idea embrionaria de Recoletras. Es interesante que este ingeniero industrial en su columna olvida repasar algunos cierres de librerías; los cuales no se debieron a la presencia de una librería popular, lo que justamente no apoya su tesis. Pero como no soy él, veamos en detalle qué factores jugaron en contra de estas librerías y propiciaron los cierres.

El cierre de Galería Plop! y de otras librerías no se debe a Recoletras, como quisiera Fernández, sino a las características inherentes del negocio librero en este contexto neoliberal, más las realidades del mercado interno chileno. Gabriel Zaid en Los demasiados libros desmenuza muy bien el negocio de la librería y expone las complejidades intrínsecas de toda librería en el contexto neoliberal, las que explica de la siguiente manera: primero, las librerías no pueden albergarlo todo, por tanto, siempre les faltará algún título que pida algún comprador ocasional; segundo, los libros que tienen en exhibición pueden venderse en días, ojalá, en 5 años, o tal vez nunca. De hecho, como Zaid piensa, en la librería, como espacio no solo de consumo sino también de cofradía, el librero debiese ser un adivino del futuro, así sabría en qué momento exacto pedir un título para ese lector casero o qué título será un best seller. Pero no lo son. Por tanto, la librería se debate inevitablemente entre la lenta venta de libros y los mensuales gastos fijos de operación que se deben cubrir para seguir en el juego.

A lo anterior, añadamos que el contexto chileno está marcado, primero, por una poco numerosa población (comparado con México, Brasil, Buenos Aires), más un desierto de lectores, lo que da un bajo porcentaje de consumidores posibles y configura un mercado en extremo pequeño. De los pocos chilenos, más pocos leen: con esas condiciones, qué librería sobrevive en territorios de no lectores. Además, la población con su desierto de lectores está caracterizada por una precarización socioeconómica y cultural; así el libro, que es visto como bien “secundario”, no es costeable en muchas economías familiares chilenas; por tanto, la ubicación de la librería se vuelve un factor fundamental, lo que justamente olvida mencionar también Andrés Fernández, ya que no se refiere a la discriminación estructural del ecosistema del libro, que es de clase, de género y territorial, y por espacio solo hablaré de la primera.

El estudio de Editores de Chile sobre la situación de librerías y bibliotecas demostró que la distribución de las librerías en Santiago se encuentra determinada por el nivel adquisitivo del territorio, ya que la mayoría de ellas está desde Santiago Centro y Providencia hacia el oriente. Por tanto, el libro se comercia solo en los territorios que alberga a la población que tiene el poder adquisitivo. Así, comunas como Renca o Quilicura no tienen librerías y no las tendrán mientras no sean espacios rentables de consumo. Aunque no lo quiera Andrés, el libro está marcado por una discriminación de clase basada en lo económico: ese es el daño verdadero al ecosistema del libro. Además, ni las librerías Qué Leo y Ulises ni las cadenas Antártica y Feria Chilena del Libro verán mermadas sus ganancias, pues su negocio no está en Recoleta ni en La Pintana, ni en los otros territorios nombrados, se encuentra en las comunas donde el negocio funciona bajo este neoliberalismo desigual.

De hecho, México tiene la misma discriminación de clase en el acceso al libro. En una noticia aparecida en El País el 2016 se indicaba que cerca del 95% de municipios mexicanos no tenía librería, solo las grandes ciudades corrían una suerte distinta. Lo mismo ha publicado El Economista el 8 de enero de 2018: México necesita librerías. Si se quiere visualizar la distribución desigual de librerías en México, es posible ingresar en el website del Observatorio de la Lectura de México y ver su atlas de lectura en la que se muestra la ubicación y la cantidad de librerías en territorio mexicano.

Entonces, no es Recoletras lo que daña el ecosistema del libro como quiere hacernos creer falazmente Andrés Fernández, aquel está dañado desde antes por discriminaciones estructurales en el acceso al libro. Que Recoletras abra las posibilidades de gestión de librerías territoriales, no afectará el trabajo de aquellas librerías independientes que entienden que su existencia depende del compromiso y de cómo son capaces de crear diferencia, diversidad. No imagino Santiago sin Librería Proyección, sin ese refugio para al anarquismo, el feminismo, el antiespecismo y para mucha más teoría crítica. Tampoco pienso Santiago sin Librería Pedaleo y la mirada de librero y de escritor de Carlos Cardani, quien ha construido un espacio para la edición independiente chilena y latinoamericana, todo un guardia raso de joyitas difíciles de encontrar como 11, de Carlos Soto Román, o Extremo explicit, del uruguayo Riccardo Boglione. Menos aún anhelo que el acceso al libro solo esté determinado por el neoliberalismo y las discriminaciones estructurales que ya conocemos.

Eduardo Farías es Editor de Gramaje Ediciones. Magister en edición.

 

Opinión: «Recoletras: Derribando mitos»

Y nació la librería popular “Recoletras”, y solo en un par de días se convirtió en un nuevo gran acierto de nuestra política de desarrollo social y cultural, no solo por el magnífico nivel de ventas alcanzado, sino por sobre todo, porque nos permitió instalar una discusión que, aunque no es nueva, está invisibilizada en Chile, y es cómo funciona la industria del libro y cuáles son los mayores impedimentos para masificar y diversificar el acceso al libro en el territorio nacional.

Daniel Jadue, El Desconcierto, 8 de febrero de 2019.

Hace seis años atrás, Recoleta no tenía ningún punto de acceso al libro. Ni en la forma de bibliotecas públicas, ni en la forma de librerías.

La inexistencia de bibliotecas se debía fundamentalmente al nulo interés de la derecha en promover la lectura en los sectores populares. Mientras que la carencia de librerías se explica porque el mercado solo funciona donde hay dinero; y como la mayoría de los habitantes de Recoleta no puede destinar una parte de sus ingresos a la compra de algo tan básico y maravilloso como un libro, sencillamente la comuna no era atractiva para instalar una librería. Situación que se repite en 294 comunas de las 345 que existen en nuestro país.

Lo anterior nos parecía simplemente inaceptable y nos propusimos transformar la realidad con una meta ambiciosa: convertir a Recoleta en una comuna lectora. Comenzamos con instalar una pequeña biblioteca en calle Pedro Donoso, luego pusimos un punto de lectura en la Municipalidad, después en el Mercado Tirso de molina. Dos años después dimos un gran paso con la construcción de la Biblioteca Municipal Pedro Lemebel y la instalación de otro punto de lectura en el Parque de la Infancia, en colaboración con el Parque Metropolitano de Santiago, durante la administración de Mauricio Fabri.

Fue tanto el éxito de estos primeros pasos, que decidimos innovar instalando puntos de lectura en las salas de espera de nuestros Consultorios y con posterioridad iniciamos la transformación de nuestros Centros de Recursos para el Aprendizaje (CRA) de las escuelas y liceos públicos, en Bibliotecas Públicas, en el marco del Programa Escuelas Abiertas que mantiene nuestras unidades educativas abiertas hasta las 22:00 horas, todos los días de la semana.

Toda esta política de fomento lector fue acompañada del programa de lectura obligatoria en nuestras escuelas y liceos, que invita a todos nuestros estudiantes a leer los primeros 20 minutos de cada día en nuestras aulas.

La respuesta fue maravillosa. De ser una comuna en donde supuestamente nadie leía, ni tenía interés en los libros, pasamos a prestar más de 10 mil libros al año y comenzó a surgir una demanda insatisfecha por comprar libros a precio justo. Nuestros vecinos y vecinas empezaron a soñar con sus bibliotecas familiares para leer los libros una y otra vez, para prestarlos, para trabajar con ellos, para hacer anotaciones, fichas y todo aquello que acompaña al amor por los libros, por el saber y el conocimiento.

Y nació la librería popular “Recoletras”, y solo en un par de días se convirtió en un nuevo gran acierto de nuestra política de desarrollo social y cultural, no solo por el magnífico nivel de ventas alcanzado, sino por sobre todo, porque nos permitió instalar una discusión que, aunque no es nueva, está invisibilizada en Chile, y es cómo funciona la industria del libro y cuáles son los mayores impedimentos para masificar y diversificar el acceso al libro en el territorio nacional.

Lo primero que salta a la vista es la inexistencia de una política de fomento lector que logre impactar de manera significativa la escasa cobertura territorial que tiene el acceso al libro en nuestro país, lo que influye de manera decidida en el tamaño de la industria, ya que esta llega, en el mejor de los casos, a poco más del 14% de las comunas de Chile, dejando a casi el 65% de la población con escasas, sino nulas, posibilidades de tomar contacto con el libro.

Esto a su vez impacta en el valor, puesto que al tener un tamaño bastante menor, en relación a su potencial, los distintos actores necesitan extraer la utilidad esperada para su funcionamiento de un volumen bastante exiguo, lo que los lleva a encarecer de manera significativa el valor del libro, lo que en un círculo vicioso, limita el funcionamiento del pequeño mercado del libro a las comunas que concentran la población de mayor poder adquisitivo, dejando sin servicio a más de 290 comunas de nuestro país.

Como si fuera poco, los ideólogos del modelo se resisten a analizar la eliminación del IVA al libro y la instalación del precio fijo para ayudar a masificar y diversificar el acceso a la lectura, lo cual forma un puzzle perfecto para que todos crean que en Chile nadie desea leer y que, como algunos han planteado, los sectores populares no requieren de la maravillosa posibilidad de tomar contacto con los libros.

Es difícil imaginar lo que habrá detrás de estas posiciones que en nombre de la libertad de comercio y de la competencia desleal han levantado sus voces para criticar una medida que -solo en sus primeros días- ha demostrado los innumerables mitos que circulan en torno a un producto tan necesario y valioso como es la literatura.

Daniel Jadue
Alcalde de Recoleta

No basta con quitar el IVA: Estudio revela que eliminar el impuesto no asegura que se compren más libros

Por El Desconcierto / 25 de abril de 2018.

El trabajo, publicado el 23 de abril por la Asociación de Editores Independientes, da cuenta de diversos factores asociados al mercado editorial. Desarrollado durante el año 2017, con el apoyo del Consejo de la Cultura de Chile, el catastro sobre Circulación y Difusión del Libro Chileno arroja claves sobre el panorama actual de la industria en pequeña y gran escala.

En Chile, la edición independiente está viviendo su momento. El auge de las publicaciones que no salen a través de los grandes sellos editoriales de Iberoamérica es una muestra del interés, tanto de los lectores como de los trabajadores de las cultura, que ha aumentado en los últimos años. El estudio de la Asociación de Editores Independientes refleja esta tendencia, pero también muestra números preocupantes respecto del acceso al libro, variaciones entre precios y dominio del mercado por las editoriales transnacionales.

El 2014, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes publicó el estudio titulado “Mapeo de las Industrias Creativas en Chile”, con los objetivos de caracterizar y dimensionar las industrias creativas en el país, entre ellas el sector editorial. El texto “Circulación y Difusión del Libro Chileno” es una profundización en este último aspecto, con especial énfasis en las problemáticas que hoy en día enfrenta la creación, publicación, comercialización y difusión de un libro: el pequeño mercado lector, el cual limita la producción de grandes tirajes de los libros; el dominio del libro importado en la comercialización de libros en el país; el elevado impuesto al valor agregado (IVA) que a diferencia de la mayoría de los países del mundo no considera un trato diferenciado para el libro, lo que expresa entre otros el dominio de una lógica en que el libro es tratado como un objeto económico y mercantilista como cualquier otro bien de consumo, dejando en segundo plano el valor cultural y simbólico que este aporta a una sociedad.

Este estudio se enfoca en cuatro aspectos esenciales de la industria creativa editorial en Chile: ecosistema del libro mediante actores claves; el estudio del precio del libro en el país; el conocimiento de los puntos de acceso al libropresencia de libros en los medios. Los resultados son preocupantes: desde todos los organismos e instituciones entrevistadas coinciden con la visión acerca del acceso al libro que existe actualmente en Chile, el cual al menos desde el punto de vista privado se reconoce como dispar y excesivamente segregado, es decir, la cantidad de librerías actualmente no son suficientes para entregar una oferta suficiente. Los indicadores en Chile, en cuanto a librerías según población están muy por debajo de los estándares mundiales, e incluso, latinoamericanos, como es el caso de Buenos Aires o Ciudad de México.

Fin al IVA a los libros

En cuanto al precio del libro en Chile, en términos generales existe consenso en que rebajar el Impuesto al Valor Agregado al libro no sería en sí mismo un impulsor directo sobre una mayor compra, esto dado que se ha comprobado empíricamente que dando descuentos de un 20% dentro de las librerías la venta de los libros no aumenta de manera acelerada y directa, sino que un cambio significativo se observa a partir de un 40% o 50% en adelante. Por tanto, se reconoce que el fomento lector no viene de la mano de disminuir en sí mismo el precio, sino más bien debe estar asociado a otro tipo de prácticas y políticas gubernamentales, de acuerdo al estudio.

Si bien se cree que eliminar el impuesto a la venta de libros es un elemento importante desde el punto de vista de políticas públicas, dado el valor cultural que tiene un libro como objeto, y que no debiese ser tratado bajo las mismas condiciones que un producto de transacción tradicional, no está comprobado que los usuarios de una librería comprarían más cantidad de libros. Una consecuencia muy probable de la erradicación del impuesto al libro sería que el mercado se autorregule de manera automática y que, al poco tiempo, los precios suban nuevamente dado el efecto de costo que tiene esta situación para las editoriales que a su vez sí deben pagar IVA a sus respectivos proveedores, además de que la predisposición de pago de los consumidores ya considera dicho factor.

Libreros y bibliotecas, agentes de cambio

Otro factor relevante es considerar la formación librera como tal, una manera de mejorar el acceso al libro, desde el punto de vista pagado, tiene que ver con mejorar las condiciones de compra para el usuario, es decir comprender el rol librero, y que este se convierta en un agente activo dentro de la venta del libro, como un buen conocedor y por ende recomendador de libros, que tenga conocimiento sobre la literatura que comercializa la librería y haga del proceso de compra más fácil y amigable. Recuperar el oficio librero, y dejar atrás el concepto de pasador de libros.

Diferente es la situación que enfrentan las bibliotecas, entendidas como puntos de acceso gratuito a los libros, y es que en el caso de estas instituciones la cobertura es nacional gracias a los convenios que sostiene la DIBAM con los municipios, por lo que hoy en día logran dar cobertura y entregar una oferta estandarizada en cada comuna a nivel nacional, salvo tres de ellas que actualmente no cuentan con convenio.

Gerardo Jara, librero de Editorial Catalonia: “La gente tiene una visión utilitarista de la lectura”

Por Belén Roca Urrutia / 2 de marzo de 2018, El Desconcierto.

Estudió Pedagogía en Artes (Viña del Mar, 1989), pero en el camino decidió encerrarse en una librería en vez de una sala de clases. En el espacio de Librería Catalonia donde, además de guiar el gusto y la compra de los clientes, está participando en novedosos proyectos relacionados con la divulgación literaria en Chile. El Desconcierto conversó con el gestor cultural para saber un poco más sobre los ciclos y talleres que darán que hablar este mes de marzo.

—Ya has hablado en otros medios sobre tu experiencia como “MC” del Club de Lectura de Librería Catalonia. ¿Qué más puedes rescatar sobre la experiencia de dirigir esta actividad?
—Lo entretenido del Club de Lectura es que la gente que se reúne a conversar viene de ámbitos súper distintos: hay ingenieros, abogados, sociólogos. Eso genera debates donde siempre puede aparecer una apreciación novedosa sobre tal o cual libro. Con María José Navia, quien está muy metida en la lectura y la traducción desde la academia, decidimos armar el proyecto con la venia de Librería Catalonia, quienes nos facilitan el espacio y ayudan en la promoción. De ahí también rescato harto que, si bien en las primeras sesiones llegaban no más de 12 personas, a través de pasarse el dato ha habido más asistencia.

—¿Y cómo logran organizar el debate? Pregunto porque en los clubes de lectura suele ocurrir que todos quieren decir algo, y al mismo tiempo, entonces mientras más gente asiste, más complicado se vuelve, ¿no?
—La dinámica parte con una ronda en la que cada uno recomienda cualquier cosa que le guste, en cualquier formato. Más que nada para romper el hielo. Luego comentar, muy brevemente, el libro. El adjetivo que sea. Luego de terminar esas dos rondas, se recogen elementos llamativos de las primeras impresiones y, a partir de ellas, extendemos la discusión.

—Y sobre el taller de poesía, que empieza este 7 de marzo, junto a James Staig, ¿cómo se gestó?
—Él vino invitado por María José al Club de Lectura y tiene un rollo más orientado hacia la poesía. Un día le comento, desde mi ignorancia, que cuando empecé a leer poesía lo encontré difícil en cuanto a sus lenguajes, agarrar el estilo de cada voz lírica, los ritmos, etc. Yo desconocía que existía un formato de charlas para formación de audiencias, y James me propone armar un taller para aprender a leer poesía considerando estos diferentes elementos.

—¿Crees necesaria la formación universitaria para erigir espacios de este carácter?
—Te das cuenta, una vez que comienzas a dedicarle más tiempo a la lectura, que independiente de que exista un canon que determine lo bueno o lo malo, la experiencia de leer una historia es muy subjetiva, muy personal. Obviamente hay formalidades que le dan estructura a los distintos tipos de narrativa, los temas y los propósitos, y que hay que conocer si es que te vas a dedicar a esto de manera más profesional, pero hasta los propios cánones no están ajenos a la ideología que los produjo, por lo que también reaparece este componente personal que te mencioné antes. El objetivo del ciclo de formación de audiencias es, específicamente, para generar un territorio neutro en el que se puedan conversar de estos temas sin que esté mediando, por ejemplo, la autoridad de la academia en él.

—En otras áreas del conocimiento, las ciencias exactas y naturales, son normales y recurrentes las charlas de divulgación científica. En la literatura, no obstante, da la impresión de que la información transita por círculos súper cerrados y concentrados —el mundillo.
—Sí, pasa harto. Al principio, como te decía, yo no cachaba nada y pensaba que los libros que aparecían como los más vendidos en los ránkings de prensa, de las editoriales con más renombre, eran los “libros buenos”. El tren de pensamiento iba en esa ruta: se habla de él = se está leyendo = ha de ser bueno. Luego te das cuenta que las apariciones en la prensa de un libro equis tiene que ver con otros factores, como las relaciones públicas del autor o la editorial, por ejemplo. Esto último es lo que compone el mundillo que sindicas. Hay una barrera, es cierto, a sortear si es que quieres entrar de lleno a saber más sobre literatura, pero depende de cada uno y del interés personal en el tema la dificultad —o facilidad— para superarla.

—Ser librero en el capitalismo tardío da la impresión de que es una pega más de vendedor, pero hay cierto oficio en ser la persona dentro de la librería, entre los libros y que debe tratar sobre libros con desconocidos. ¿En qué consiste tu trabajo?
—Lo primero es procurar que la persona encuentre el libro que busca en el lugar donde tú estás trabajando. Esa es la definición más breve. Ahora, hilando más fino, mi pega es recomendarle algo a alguien que no sabe muy bien lo que quiere. Me ha llamado la atención, en el último tiempo, es que la acción de leer debe tener un uso. La gente tiene una visión utilitarista de la lectura: “Yo quiero leer tal cosa para ser más de esto otro, o hacer menos de estas otras cosas”, y así. Una de las recompensas es ver que, como librero, eres capaz de formar o guiar el gusto a las personas. Recomendaste un libro a alguien, le gustó y después vuelve porque confía en tu criterio. O no le gustó, pero se dio cuenta que esa onda no era la suya y así delimita mejor lo que sí le agrada.

—¿Qué es lo que se proponen con el ciclo POIESIS?
—Con James hablábamos de que, así como al libro se le exige que te enseñe algo, con la poesía pasa algo similar, pero aún más drástico. Se lee poesía pensando en extraer moralejas es muy extraño y eso coarta el 90% de la experiencia de lectura de poesía. POIESIS es una forma, pensada entre nosotros dos, de inculcar cierta apreciación artística basada en cuatro ejes: cuerpo, traducción, formato y experimentación. Para cada sesión tenemos a autores invitados, expertos en cada uno de estos temas, junto a quienes se discutirá en torno a los qué y para qué de estos elementos en el género lírico .

Revisa más información sobre POIESIS en este enlace.